jueves, 31 de mayo de 2012

VOZ DE MUJER




                Tenía la sensación de ser extraña a sí misma, de haber querido estar justo allí, diciendo lo que estaba diciendo sin más lágrimas en los ojos. Su voz había sido mutilada por el desconcierto. Aferraba a sus hijas por los brazos y corría, corría sin tiempo, con un cuerpo atravesado por otras huídas a las que aún no se acostumbraba.
                “Puede retirarse de mi casa, por favor”, había dicho… y la violencia y el gesto del otro la habían condenado.
                “Mi casa”, pensó entre miedos y llantos reprimidos. El viejo loco, desalineado, furibundo, enclenque y desparejo había invadido “su lugar”; el otro, el descarriado, el visco (como lo llamaban), el deformado, se había dejado llevar por el viejo, que con un hilo de saliva en la boca y los ojos brillosos por el alcohol, murmuraba conjuros al viento.
                Sabían de eso, sabían de su voz, sabían que no era tan fácil hacerla callar, ni con gritos ni con golpes…. Sin embargo, ella calló. Se levantó del suelo como pudo, abrazó a sus hijas y se fue.
                Había buscado muchas maneras de hacer justicia, o de ayudar a ella, y esperó.
                Un mediodía de verano, entre el calor de las moscas, un extraño olor a caña sacudió su corazón. Le dolía, más que dolerle le molestaba y no entendía. Afuera se escuchó el ruido de una sirena.      
                De lo otro se enteró días después, por su vecina: “Viste, a Don … el nieto le pegó un escopetazo en la cabeza y se entregó”. Sintió arderle el cuerpo de satisfacción. Se asustó.
                -A las armas las carga el diablo- comento M.
                No oyó nada más. Su voz de mujer la había traspasado y, sólo Dios, había sabido escucharla.
LIGEIA 2006

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