domingo, 22 de julio de 2012

INTERSTICIOS



 Urgido por la fatalidad de hacer algo, de poblar de algún modo el tiempo, quise recordar, en mi sombra, todo lo que sabía.
LA ESCRITURA DE DIOS, Jorge Luis Borges

Sintió que algo en ese pozo lo reclamaba. Buscó a tientas la soga y trepó el húmedo fondo de su soledad. El tacto se le hizo piel y pudo distinguir cada raíz cortada, cada tiniebla, cada fisura en el fondo de aquel sótano de tierra. Entrecerró los ojos e imaginó cómo había sido aquel lugar antes de la hendidura, de las posteriores excavaciones, de la celosa protección de su familia. Pero no pudo sentir nada, solo una saliva espesa y seca que daba vueltas alrededor de su lengua y caía por su garganta. Su mano derecha seguía sosteniendo la soga con fuerza, aunque fuera inútil, aunque ya no fuera necesario dejarse tentar por aquel abismo. En la izquierda sostenía un puñado de polvo que recogió en la caída, polvo que le empañó la vista y le hizo dudar sobre el sentido de aquella promesa.
Sus pies comenzaron a humedecerse con el barro que acumulaba el fondo y también sintieron nuevamente las raíces que rompían los espacios planos, que los deshacían como nervios saltarines y difusos en el interior de su cuerpo. Experimentó una satisfacción inusual y sus ojos iluminaron cada uno de los rincones que la forma le negaba. Recordó la palabra y la mezcló con conversaciones antiguas para que no fuera descubierta. Oyó el rugido del animal y olvidó cómo llamarlo, sólo alcanzó a divisar sus garras que pugnaban por escapar de la grieta. “La escritura de Dios”- pensó, pero la imposibilidad lo tenía atrapado sin lenguaje. Asomó su ojo izquierdo y lo vió: indescriptible e indescifrable como aquella criatura mítica que sus antepasados silenciaran. Volvió a acercarse y el sonido hueco lo hirió hasta que sus oídos comenzaron a sangrar. Sintió pena: pena por el silencio, por la traición y el desarraigo; pena por sus hijos y sus nietos; pena por él. Intentó atravesar la grieta con su cuerpo, pero éste resultaba enorme en comparación con la inquieta hendidura. Le dolió cuando el tigre hirió su pierna, pero decidió olvidar su dolor. ¿Para qué sirve el pasado? – se preguntó, e inmediatamente supo que ese sitio era su recuerdo, su ser, su linaje. De un modo u otro siempre había sabido de su existencia, a pesar de las conversaciones en voz baja entre su madre y su abuela, a pesar de la ceguera del viento en las noches calurosas, a pesar del pozo mismo. Esa criatura le pertenecía, era su herencia, le irradiaba vida e incertidumbre –y, hasta quizás, muerte- sólo debía hallar la manera de tocar la grieta.
LIGEIA 2012