domingo, 24 de septiembre de 2017

AJENO

Cuerpo inhabitado. Desconocido.
Mis dientes. Mis rodillas.
Mi oído derecho con sus sonidos.
Mi columna vertebral.
Zona abandonada. Descampado.
Huesos y músculos dolientes.

Cuerpo en vocabulario médico: tiroides, cesárea, tinnitus, colesterol.
 Áspero sobre la tierra, atascado, cosido,  sin cabeza,  sin alma.
Disecado. Ocupado por otros. Libre de mí.

Vergüenza de cuerpo,  que se mira y no se reconoce.
Mandíbulas-cerrojo cómplices de los crujidos de mi oído derecho. Ruidos invasores de espacios. La voz que penetra, el silencio que penetra. Obediencia forzosa a los sonidos. Los obturo y aniquilan mi cabeza. Tránsito- barricada.
Voracidad de cuerpo, que propinó el golpe y fue herido. En defensa, en ataque, en palabra encriptada.
Desgarros de cuerpo, que se oxidan y que se pudren en manos de un cirujano.

Cuerpo hilvanado en una prótesis de titanio.
Cuerpo robotizado.
Cuerpo zombi.

Clausurado  de tiempo. Mortal. Analfabeto. Adjunto. Fáctico.


Espeso cuerpo otro.  Signo ominoso.
Ligeia

domingo, 10 de septiembre de 2017

EL INDECISO

Gritó un llanto amarillo y su boca le tendió una red.
Esperó.
Olió a vinagre viejo y a palanganas vueltas al revés para evitar las lluvias.
Nadie.
En el patio una tabla de lavar y la armónica quebrada sobre la pileta.
Loco.
Alguien debió-haber-visto algo, algún silbido tieso entre las baldosas.
Pobre,
“lorito” le decían entre hipo y quejido.
Solo,
al frente de esa mesa con la sonrisa vieja y archivada.
Perdido.
“Con tanto culo suelto no se sabe”, le había dicho ella.
Demoró
un gesto dejándose temblar sobre la silla.
Calculó
la partida cuando tomó las cartas y las mezcló.
Esperó
tibio, cocinando el dolor de su venganza.
Tanteó
algo solitario sobre aquella tierra.
Juró

no esperar en lugar de ellos entre tanta Lorena muerta.

LA VERDAD

¿La verdad tiene patas, como la mentira?
Tiene alas, tal vez.
¿Tiene cara, manos, torso?
La verdad

Recuerdo que dije la verdad
Recuerdo que no sirvió de mucho
Recuerdo que nadie me escuchaba
Recuerdo que todos nos mentían
Recuerdo que llegó con un bolso y un telegrama
Recuerdo el mensaje pero no las palabras
Recuerdo que se fue temprano
Recuerdo que después vinieron màs
Recuerdo que dijeron lo mismo
Recuerdo el silencio
Recuerdo que me dolía el cuerpo
Recuerdo que no estaba
Recuerdo que hablarè
Recuerdo que todavía lo intento
Recuerdo las tormentas
Recuerdo los engaños

Recuerdo que todo es un invento

EL CIERRE

En un costurero azul y gastado lo encontraron las hijas mayores de la casa. Lo tomaron con cuidado, lo doblaron despacio y lo pusieron en la caja con flores naranja que su madre había preparado. ¡Habìa pasado por tantas estampidas adolescentes y complicadas maniobras adultas! Aùn servía –se decían- y tocaban el deslizador con cuidado, dejando que sus dedos inquietaran el dormido metal.  Cuando el abuelo lo vio tuvo un ataque de pavor y con la mano en el pecho recordó la urgencia de un baño en la fiesta de carnaval. En la casa nadie sabìa bien quièn había sido el primero en usarlo, tampoco conocían la última prenda de la que había formado parte. Un oculto rito del hermano mayor había hecho que terminara en el fondo del cajòn de la cocina.

Recuperado y tartamudo, ajeno a los rituales de su entierro, se adormeció en el fondo de su urna funeraria. 

ESCRITURA

Una madeja de palabras sobre la cara, una malla que aprieta y tiene que saltar. Una prisa. Una escapada. Una tienda de juguetes para decir. ¿Qué decir? Sólo lo posible. ¿Qué decir? Los juguetes golpean contra el vidrio buscando la puerta. No hay puerta porque no hay vidrio, sólo la malla, la malla que aprieta y tiene que saltar. Insisten. Son juguetes. Insisten abrumados: sólo un trazo. Una voz. Voz de viento, de agua, que traza en la memoria –en tu memoria- de rituales teatrales. Voces. ¿Las oís? Se paran a mirar a los juguetes. Sienten pena por ellos, sienten pena por sus límites, por sus fronteras. Quizás, si están de humor, hagan una ronda. ¿Y el vidrio? Tal vez Alicia nos ayude a resolver el problema, murmuran las voces. No, ella no. Ella se fue a jugar a las cartas en una casa de retiro. ¿Y entonces? Que vengan los dragones y los molinos, las horas empeñadas en el tiempo y el silencio. Toc toc. ¿Quién sos? 

RECUERDOS EN LISTA

Me acuerdo que me emocioné la primera vez que fui al teatro.
Me acuerdo que me gustaba agarrar la sortija en la calesita de la plaza Monroe.
Me acuerdo que me mordió el Colita; también que se escapó la Ñata a la hora de la siesta y no la volvimos a encontrar.
Me acuerdo que nos juntamos todos los de la cuadra en la esquina a esperar que pasara el cometa. Me acuerdo que cada luz en el cielo nos producía desconcierto.
Me acuerdo de los primeros crayones y de mi torpeza al usarlos.
Me acuerdo que amé y me amaron.
Me acuerdo que abandoné sin y con intención; también que me abandonaron.
Me acuerdo que me lavaré los dientes todas las mañanas.
Me acuerdo que robé una mandarina en una verdulería de Lanús.
Me acuerdo que di a luz a otros seres y me quedé sin palabras.
Me acuerdo del miedo a “desaparecer”.
Me acuerdo que callamos y nos conformamos con lo que había.
Me acuerdo de las palabras comunes.
Me acuerdo que iré a nadar y trataré de olvidarme de todo. Me acuerdo de que no lo lograré.
Me acuerdo de que no me gustaba que me peinaran.
Me acuerdo que ahora puedo dormir con la luz apagada aunque tenga pesadillas.
Me acuerdo de un viaje en micro y del último boleto que guardo.
Me acuerdo de las mentiras que escondo.
Me acuerdo de mis manos en la arcilla.
Me acuerdo de los canelones con salsa blanca que comía cuando era chica.
Me acuerdo que quería ser bailarina y astronauta.
Me acuerdo que los libros siempre me salvaron.
Me acuerdo que quise tocar una luz del arbolito y la electricidad me asustó.
Me acuerdo que la escritura me protege.
Me acuerdo que soy, aunque a veces también me olvide.
Me acuerdo que cuando estoy dormida me pongo de mal humor.
Me acuerdo que quise cambiar el mundo y huí. Me acuerdo que me quedé y no resultó.
Me acuerdo de mi abuela hablando incoherencias en polaco.
Me acuerdo de mi tío y la palabra.
Me acuerdo de cómo se reía mi papá leyéndome El Quijote.
Me acuerdo que peinaba a mi mamá a la hora de la siesta. Me acuerdo que cuando dormía le robaba las novelas de Corín Tellado.
Me acuerdo de Mujercitas y de cómo la negué por vergüenza.
Me acuerdo del sol en la cabeza y del calor del verano hace dos años.
Me acuerdo la primera vez que armé una carpa y quedó torcida.
Me acuerdo del olor del eucalipto y del sabor de sus hojas.
Me acuerdo que tengo que pagar la luz. Me acuerdo que leí a Thoreau y me dan ganas de no pagarla.
Me acuerdo que casi me desvanezco la primera vez que me besaron; también que siempre fui propensa al melodrama.
Me acuerdo que no me gusta la ópera aunque si me gustaba él. Me acuerdo de la despedida trágica.
Me acuerdo que hice planos de mi vida y después los quemé.
Me acuerdo que grité mucho la primera vez que me dieron una inyección.
Me acuerdo que no soporto la enfermedad.
Me acuerdo que el Arte nos sobrevive y me siento aliviada.
Me acuerdo de lo que no es.
Me acuerdo de mis enemigos aunque lea libros para olvidarlos.
Me acuerdo que creaba recetas de cocina con los restos del almuerzo.
Me acuerdo que había niebla y en la ruta se nos cruzó una vaca; también que oía lluvia y me caí en un pozo.
Me acuerdo que oculto recuerdos bochornosos que algún día contaré.
Me acuerdo de un álbum de fotos y de la cara de mi abuelo con un gorro de cosaco. Me acuerdo que nadie sabía bien su lugar de nacimiento.
Me acuerdo de las primeras miradas y de las últimas.
Me acuerdo del llanto de mis hijas al nacer. Me acuerdo de mi llanto y el cansancio.
Me acuerdo que tengo un apellido inventado para huir de la guerra. Me acuerdo que mis nombres son homenajes a mujeres de la familia que murieron jóvenes.
Me acuerdo que un compañero de jardín de infantes me mordió el brazo para que lo dejara subir antes al tobogán.
Me acuerdo que dentro de poco cumplo años.
Me acuerdo de las películas de Wenders y de Nick Cave.
Me acuerdo que me gustaba ir con mi papá a pescar. Me acuerdo que de adulta el desencuentro pudo más.
Me acuerdo que digo que me acostaré temprano y no lo hago. Lo mismo me sucede con las dietas.
Me acuerdo que estoy fallada de modo irreversible.
Me acuerdo que mis recuerdos tienen que ver con las palabras.
Me acuerdo de la voz de mi mamá en el contestador después de muerta.
Me acuerdo que no sé “medir” mi habla.
Me acuerdo de los cuerpos que deseé.
Me acuerdo que a veces no tengo ganas de ver a nadie.
Me acuerdo que me da pavor morirme sola.
Me acuerdo que no puedo vivir con otro porque me pierdo.
Me acuerdo que me busco en la escritura ajena.
Me acuerdo que curé las lastimaduras de mis hijas cuando eran pequeñas.
Me acuerdo que perdí mi botiquín y ahora tengo cartucheras.
Me acuerdo que hoy tengo miedo.
Me acuerdo de Antígona y tengo miedo.

 Me acuerdo que hay una pregunta sin respuesta.

GEOGRAFÍAS SONORAS

¿Es sólo uno el trazado de mi habla? No. Definitivamente no.
He sido hablada de pequeña por otros, nombrada, señalada, amada, burlada, sentenciada. Hablas que me horadaron y me dejaron sin habla, sin voz. Escondida, oculta de la luz, con un lápiz que apenas podía sostener, intentaba entonces colocar ese habla temblorosa sobre el papel; un  habla que temía a las personas.
“Me gusta cuando callas…” era el poema preferido de mi padre,  demiurgo de la palabra, hostil propagador del silencio femenino en la casa. “A veces es mejor callar” pregonaba subido al púlpito de la verdad, invocando un ascetismo de vendedor de shopping.
 ¿Cómo se documenta si “las palabras se las lleva el viento”?,  me atreví dejando la adolescencia. ¿Quién registra el habla? ¿Dios? ¿El partido? “Somos hombres de palabra”, respondió, otra vez él. De adulta me preguntaría qué ocurría con las mujeres, que no eran de palabra; también si la verdad cobraba sentido en la palabra o si la lengua era una superficie vanidosa y muda.
Una escuela secundaria en la que el habla era poder y opresión. Otra vez “me gusta cuando callas…”. Cuadros con una enfermera silente y silenciosa. Dictadura y blade runner  debajo de las escaleras, en los pasillos. Alambrado el decir y el no decir, éramos una secuencia clase B de replicantes de ciencia ficción. Una adolescencia huidiza sobre hojas de papel  - Rachael que intentaba tartamudear algún sonido- esbozo de lo que no fue, de la desMEMORIA.
Pasaron años, cerca de diez. “Que conste en actas” escuché en pleitos escolares entre mis estudiantes . Sí, en actas –pensé-, en escrituras para realizar los reclamos necesarios: el tiempo no dicho, los insultos no pronunciados y los te quiero malogrados. Y pasamos a ser “seres de actas”. Ni el amparo ni la justicia encontré ahí. Vacuidad del signo que cede al cumplimiento de la ley –no importa cuál.
Y sobrevino la pregunta del sentido. Palabra que no fuera ausencia ni orden. Un cuerpo sostenido en la palabra.  Acto amoroso. Pasajes de ida y vuelta por el habla-escritura.
¿Es sólo uno el trazado de mi habla? No. Definitivamente no.
Hablas que soy, que me desandan: repentinas e inconexas frente a lo ajeno;  discretas y cálidas en el afecto. Hablas asesinas en el enojo. Se vuelven lentas en las mañanas y huidizas en las noches, en las que el cansancio busca apagar los ruidos.
Hablas. Hablan mis hijas y toco la textura de la propia palabra: desoyen , NO CALLAN.
Habla sorda que no ilumina. Habla muda que reflexiona. La busco. A veces aparece, otras, se esconde en sonidos conocidos, vetustos, reiterados; sonidos piojosos que se prenden en mi habla que se esfuerza en ser mía.
Habla que no sea bla-bla. Habla necesaria. Habla poblada. Habla que sea escritura.

Habla que justifique el silencio.