No
sabía de dónde salía ese olor, pero sentía que su pulso comenzaba a vibrar. Lo
reconoció de inmediato cuando lo vio asomarse por la ventana del cuarto. Se
acercó a la cocina e interrogó a su esposa: “¿Qué hace él aquí?”. Laura desvió
la mirada tratando de distraerlo y corrió de la hornalla el guiso que se estaba
quemando.
El
hombre de afuera siguió carpiendo el pasto. Era bello, medía casi 1,90 metros , sus
pómulos sobresalían por sobre el tamaño de la nariz y su boca se contorsionaba
con alegría. Laura lo miraba mientras su marido la acosaba con preguntas.
-Viejo-
dijo- es hora de olvidar. Él necesita el trabajo y nosotros necesitamos
entender lo que hizo.
El
marido de Laura, ronco de ira, tomó el secador de pisos que estaba al costado
de la puerta, y lo quebró contra el lavaplatos.
El
hombre de afuera escuchó los ruidos. Sabía que era mejor no involucrarse… Miró
la casa, entre los vidrios de la cocina vio el rostro de su madre, apoyó el
rastrillo en la tierra y se fue, no sin antes, abrir un surco en el suelo con
su nombre.
LIGEIA 2007
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