El
hombre estaba sentado en el pasillo. Hacía rato que esperaba. El ruido del
ascensor …y los muros del edificio que eran enormes, grandes y grises.
El
ascensorista detuvo el aparato e inquirió: “Perdón, ¿busca a alguien?”. Él lo
miró extraviado.
Su memoria lo había
llevado por aquellos cerros para descender sobre esas mujeres de piel cansada.
El rojo del aire lo tomaba todo. Sus pies se clavaban en aquella tierra y sus
piernas adquirían firmeza en el paisaje norteño.
Cuando alzó el rostro, el
ascensorista ya no estaba. Miró por la ventana y vio a esa familia pidiendo. Abrumado por la imagen y por
la rutina con la que se imponía, focalizó más allá y sintió el puerto: lo
inesperado de ese sitio lo asombraba, la búsqueda, el mar, los desafíos. Se
lamentó por no formar parte de esa clase de hombres, con sus camisas sudadas,
sus hombros anchos, sus caras oscuras y ajadas por los estragos del viento y
del sol. Un barco rojo los sostenía bajo un haz
de luz mustia.
-¿Qué hace usted aquí?- lo
interrumpió el Señor T.
-Lo esperaba –murmuró-
necesito el trabajo.
-Creo que ya lo
conversamos.
El hombre bajó la mirada,
tomo sus lentes y salió del edificio. Contó su dinero y se encaminó a la Terminal. Ya en la
ventanilla, pidió su pasaje. Una vez que lo tuvo, lo aprisionó contra sí y
lentamente subió al micro.
Era un viaje muy largo.
En Comodoro el día estaba soleado y el ómnibus arrancó bordeando la zona del
puerto. Algunos marineros subieron y los oyó hablar dialectos extraños. Vio
nuevamente al barco rojo pero ahora mucho más de cerca; el olor del mar le
impregnó el alma: aquel mar que lo había acariciado tantas veces, hoy sólo le
causaba desamparo.
Un brusco temblor del
micro movió sus recuerdos y la cara de su madre lo arrasó: se estiraba, se
desfiguraba: por momentos era la de aquella mujer abrazando a sus hijos en la
calle, mendigando comida; por otros, eran esas jóvenes tostadas, de
pantorrillas anchas que anidaban a sus vástagos por la espalda.
El movimiento del
vehículo lo adormeció y sólo despertó cuando no hubo nada más que recordar.
LIGEIA 2006
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