tenía los ojos apoyados.
Una mano sujetaba el dinero ganado en aquella partida
y la otra bebía su quebrada soledad.
A punto de ponerse tieso, las lágrimas hirvieron:
una pelea no sabía a amor, no sabía a muerte;
pero esa discrepancia había marcado su acto,
había inaugurado un psedónimo, una identidad rota
un fetiche de aquella mujer, que quizá, nunca había amado.
Ligeia, 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario