sábado, 5 de mayo de 2012

RELATO BREVÍSIMO



Los huesos firmes, las manchas de la vejez y el desquicio de los silencios.
Su hijo. El mayor. “El varoncito”, había dicho la vecina de Azucena mientras le apretaba un cachete. “Los ojos del padre”, murmuraban todos…
Solo ella se había atrevido a mirarlos aquella vez, aquel día en el que sintió que su vida se había derramado sobre las sábanas sucias. Silencios, olvidos. Algo quedaba…algo se estremecía por persistir, por interrumpirse…”Ya no”, le había suplicado al Clemente buscando la palabra que lo hiciera ser el “otro”, el que ella amaba; pero el Clemente era duro… para colmo con esos ojos.
El rastrillo se volvía tibio entre los matorrales de la chacra. El hijo varón sostenía la pala con ahínco, la mirada estancada en la gorra de su padre; el fondo del pozo.
El muro lo construyeron después, y después también  lo taparon con telas, con fibras, con tiempo…
“La loca del muro”, la llamaban algunos. “La sin ojos”, otros. Azucena los oía, bien que los oía, sosteniendo sus manos, con la mirada envuelta de cielo.
LIGEIA2010

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