sábado, 5 de mayo de 2012

DESNUDEZ


La siesta había durado más. El aroma del calor soltaba al día de a poco, que parecía no dispuesto a ceder. Sentía las rodillas húmedas y en sus axilas oleadas profundas. Debía darse un baño, lo necesitaba urgente. Su piel, tibia y rolliza, no se aflojó ante los excesivos goterones que brotaban del duchador. Cerró las canillas y se secó rápido. Así, con una toalla que apenas lograba ocultar sus extremidades, sus volúmenes lograron atravesar el living comedor sin ser vistos a través de las ventanas que daban a la calle.
            En su habitación, encendió el ventilador de techo y buscó precipitadamente alguna tela que la salvara de aquel clima. Todo le parecía demasiado para cubrirse. Decidió no vestirse por el momento y volvió a colocarse la toalla, ahora sobre los rastros de su cintura. Allí, el espejo le habló sobre la forma de sus senos, los brazos se extendieron en toda su plenitud -hacía mucho que no se atrevía a descubrir su cuerpo de ese modo-. Recuerdos de partos y amores, su mirada reclamaba mucho más.
            Sintió su desnudez en cada sitio recorrido. El color de su cuello, de su abdomen, de sus glúteos, no habían cambiado desde la última mirada. Un verse entera, hoy, un día de verano como entonces…        Sin duda su ombligo había crecido de tamaño, junto con unas pantorrillas maduras y poco estilizadas. Se gustó, se sintió un viejo árbol capaz de dar abrigo (ella, que tenía tanto calor…). Le gustó su pelo enredado y sin peinar, las manchas que el tiempo había dejado en su rostro. Le gustaron sus rodillas, sus pies.
            El calor ya no era, podía elegir quedarse así, llena de viento y espuma. Y así lo hizo, luego de hacer un bollo con la toalla y dejarla abandonada en el fondo del río.
LIGEIA2011

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