Había conocido a Inodoro tiempo atrás, en reyertas surgidas del
alcohol y la penumbra. Eduviges lo había engualichado con sus ojos aplomados y
su mirada de espanto. Ya le había robado el perro con aquel asunto de la
repartija en la campaña, pero su mujer…
“Sos hombre muerto”, le había cantado allá en los
galpones del ferrocarril, cuando se trenzaron a puro puñal.
Entre pajonales y desierto, vigiló día y noche. En la
pulpería, Inodoro olió el viento y sus miradas se fundieron en un solo ardor.
LIGEIA2011
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