domingo, 10 de septiembre de 2017

GEOGRAFÍAS SONORAS

¿Es sólo uno el trazado de mi habla? No. Definitivamente no.
He sido hablada de pequeña por otros, nombrada, señalada, amada, burlada, sentenciada. Hablas que me horadaron y me dejaron sin habla, sin voz. Escondida, oculta de la luz, con un lápiz que apenas podía sostener, intentaba entonces colocar ese habla temblorosa sobre el papel; un  habla que temía a las personas.
“Me gusta cuando callas…” era el poema preferido de mi padre,  demiurgo de la palabra, hostil propagador del silencio femenino en la casa. “A veces es mejor callar” pregonaba subido al púlpito de la verdad, invocando un ascetismo de vendedor de shopping.
 ¿Cómo se documenta si “las palabras se las lleva el viento”?,  me atreví dejando la adolescencia. ¿Quién registra el habla? ¿Dios? ¿El partido? “Somos hombres de palabra”, respondió, otra vez él. De adulta me preguntaría qué ocurría con las mujeres, que no eran de palabra; también si la verdad cobraba sentido en la palabra o si la lengua era una superficie vanidosa y muda.
Una escuela secundaria en la que el habla era poder y opresión. Otra vez “me gusta cuando callas…”. Cuadros con una enfermera silente y silenciosa. Dictadura y blade runner  debajo de las escaleras, en los pasillos. Alambrado el decir y el no decir, éramos una secuencia clase B de replicantes de ciencia ficción. Una adolescencia huidiza sobre hojas de papel  - Rachael que intentaba tartamudear algún sonido- esbozo de lo que no fue, de la desMEMORIA.
Pasaron años, cerca de diez. “Que conste en actas” escuché en pleitos escolares entre mis estudiantes . Sí, en actas –pensé-, en escrituras para realizar los reclamos necesarios: el tiempo no dicho, los insultos no pronunciados y los te quiero malogrados. Y pasamos a ser “seres de actas”. Ni el amparo ni la justicia encontré ahí. Vacuidad del signo que cede al cumplimiento de la ley –no importa cuál.
Y sobrevino la pregunta del sentido. Palabra que no fuera ausencia ni orden. Un cuerpo sostenido en la palabra.  Acto amoroso. Pasajes de ida y vuelta por el habla-escritura.
¿Es sólo uno el trazado de mi habla? No. Definitivamente no.
Hablas que soy, que me desandan: repentinas e inconexas frente a lo ajeno;  discretas y cálidas en el afecto. Hablas asesinas en el enojo. Se vuelven lentas en las mañanas y huidizas en las noches, en las que el cansancio busca apagar los ruidos.
Hablas. Hablan mis hijas y toco la textura de la propia palabra: desoyen , NO CALLAN.
Habla sorda que no ilumina. Habla muda que reflexiona. La busco. A veces aparece, otras, se esconde en sonidos conocidos, vetustos, reiterados; sonidos piojosos que se prenden en mi habla que se esfuerza en ser mía.
Habla que no sea bla-bla. Habla necesaria. Habla poblada. Habla que sea escritura.

Habla que justifique el silencio.

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