En un
costurero azul y gastado lo encontraron las hijas mayores de la casa. Lo
tomaron con cuidado, lo doblaron despacio y lo pusieron en la caja con flores
naranja que su madre había preparado. ¡Habìa pasado por tantas estampidas
adolescentes y complicadas maniobras adultas! Aùn servía –se decían- y tocaban
el deslizador con cuidado, dejando que sus dedos inquietaran el dormido metal. Cuando el abuelo lo vio tuvo un ataque de
pavor y con la mano en el pecho recordó la urgencia de un baño en la fiesta de
carnaval. En la casa nadie sabìa bien quièn había sido el primero en usarlo,
tampoco conocían la última prenda de la que había formado parte. Un oculto rito
del hermano mayor había hecho que terminara en el fondo del cajòn de la cocina.
Recuperado y tartamudo, ajeno a los rituales de su entierro, se
adormeció en el fondo de su urna funeraria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario