Gritó un
llanto amarillo y su boca le tendió una red.
Esperó.
Olió a
vinagre viejo y a palanganas vueltas al revés para evitar las lluvias.
Nadie.
En el
patio una tabla de lavar y la armónica quebrada sobre la pileta.
Loco.
Alguien
debió-haber-visto algo, algún silbido tieso entre las baldosas.
Pobre,
“lorito”
le decían entre hipo y quejido.
Solo,
al frente
de esa mesa con la sonrisa vieja y archivada.
Perdido.
“Con
tanto culo suelto no se sabe”, le había dicho ella.
Demoró
un gesto
dejándose temblar sobre la silla.
Calculó
la
partida cuando tomó las cartas y las mezcló.
Esperó
tibio,
cocinando el dolor de su venganza.
Tanteó
algo
solitario sobre aquella tierra.
Juró
no
esperar en lugar de ellos entre tanta Lorena muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario