Él sólo la había visto un par de veces en la estación de
ferrocarril. Su cabello oscuro y la profundidad de sus ojos negros lo habían
invadido. Intentó ayudarla a cargar sus bolsos, pero ella, con un gesto
desdeñoso, evitó su contacto.
Subieron al tren y luego de recorrer algunos kilómetros se
atrevió a preguntarle su nombre, y su voz sonó lejana como el viento. Clara
–dijo- y su tez morena lo abarcó todo hasta hacerle bajar la mirada. Y usted –
oyó que le decían. “Juan”, repitió como un niño al que descubren haciendo una
travesura. Luego, desconociendo el comienzo, su conversación se extendió en un
dulce movimiento.
Ella bajó dos estaciones antes que él, y anotó sobre la
valija cubierta de polvo dónde podía encontrarla.
Juan miró y miró, y siguió mirando hasta ese domingo –dos
semanas después del encuentro- que decidió ir a visitarla. Sin saber cómo,
escribió en un papel palabras sueltas con olor a amor. Después, tomó un sobre,
lo guardó en un bolsillo, caminó por el andén, abordó el tren. Y se sentó con
un nombre y un cuerpo en su mirada.
LIGEIA 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario