martes, 31 de julio de 2012

CLARA



Él sólo la había visto un par de veces en la estación de ferrocarril. Su cabello oscuro y la profundidad de sus ojos negros lo habían invadido. Intentó ayudarla a cargar sus bolsos, pero ella, con un gesto desdeñoso, evitó su contacto.
Subieron al tren y luego de recorrer algunos kilómetros se atrevió a preguntarle su nombre, y su voz sonó lejana como el viento. Clara –dijo- y su tez morena lo abarcó todo hasta hacerle bajar la mirada. Y usted – oyó que le decían. “Juan”, repitió como un niño al que descubren haciendo una travesura. Luego, desconociendo el comienzo, su conversación se extendió en un dulce movimiento.
Ella bajó dos estaciones antes que él, y anotó sobre la valija cubierta de polvo dónde podía encontrarla.
Juan miró y miró, y siguió mirando hasta ese domingo –dos semanas después del encuentro- que decidió ir a visitarla. Sin saber cómo, escribió en un papel palabras sueltas con olor a amor. Después, tomó un sobre, lo guardó en un bolsillo, caminó por el andén, abordó el tren. Y se sentó con un nombre y un cuerpo en su mirada.

LIGEIA 2012

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