Una madeja de palabras sobre la cara, una malla que aprieta
y tiene que saltar. Una prisa. Una escapada. Una tienda de juguetes para decir.
¿Qué decir? Sólo lo posible. ¿Qué decir? Los juguetes golpean contra el vidrio
buscando la puerta. No hay puerta porque no hay vidrio, sólo la malla, la malla
que aprieta y tiene que saltar. Insisten. Son juguetes. Insisten abrumados: sólo
un trazo. Una voz. Voz de viento, de agua, que traza en la memoria –en tu
memoria- de rituales teatrales. Voces. ¿Las oís? Se paran a mirar a los
juguetes. Sienten pena por ellos, sienten pena por sus límites, por sus
fronteras. Quizás, si están de humor, hagan una ronda. ¿Y el vidrio? Tal vez
Alicia nos ayude a resolver el problema, murmuran las voces. No, ella no. Ella
se fue a jugar a las cartas en una casa de retiro. ¿Y entonces? Que vengan los
dragones y los molinos, las horas empeñadas en el tiempo y el silencio. Toc
toc. ¿Quién sos?
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